Me reconozco como alguien que merece tener una economía viva, estable y respetada, sin tener que demostrar nada.

Reconozco que el dinero que recibo no mide quién soy, pero sí puede reflejar cuánto me valoro y me doy permiso de generar.

Confío en mi capacidad de sostenerme, de tomar decisiones económicas y de crear abundancia en coherencia conmigo.

Acojo mi historia económica, con sus errores y aciertos, y dejo de pelearme con el pasado para abrirme al presente.

Valoro el camino que he hecho con el dinero, mis logros, mi esfuerzo y todo lo que sí he sabido sostener.

Agradezco cada ingreso, cada aprendizaje, cada gasto que ha nutrido mi vida… incluso cuando aún no todo es como quiero.

Me abro a recibir más sin sentir culpa, sin miedo a que se acabe y sin creer que tengo que ganármelo todo con esfuerzo extremo.

Me doy permiso para crecer, invertir, expandirme y hacer crecer lo que amo. Prosperar también es compartir y multiplicar.

Pongo orden en mi economía con conciencia. Escucho mis necesidades reales y decido con presencia, no desde la prisa ni la carencia.

Me doy permiso para pedir lo que necesito, decir que no, negociar y ocupar mi lugar en lo económico con claridad y amor.

Amo mi economía, con sus luces y sombras. Me amo cuando tengo lo que quiero y cuando no. Y elijo construir mi vida económica desde ese amor.